Vivir
Hace algunos ayeres, me senté a desayunar con mi papá y de repente salió en la plática que había varios señores que eran “empresarios exitosos” y que habían logrado acumular grandes cantidades de dinero.
En ese momento los comentarios empezaron, a fluir:
– Pá, le dije, esos señores como Carlos Slim, Salinas Pliego, Servitje (que aún vivía) ya tienen más de 70 años y no se van a llevar ni un calcetín cuando mueran, no entiendo para que siguen trabajando sí con lo que tienen les alcanza y les sobra para llevar una vida llena de todos los lujos y comodidades.
– Bueno, me contestó, siguen trabajando para seguir generando, para seguir sintiéndose útiles.
– Pero, podrían, por ejemplo, viajar a todo el mundo, hacer cosas divertidas, estudiar no sé, historia, filosofía, teología, en fin, disfrutar de lo que han acumulado. No entiendo que necesidad tienen de vivir estresados, con problemas laborales, arriesgando sus capitales, no poder dormir por las noches de pensar en pendientes, entre otros muchos problemas que pueden generarles sus empresas.
– Hija, me contestó intentando ya dar por terminada la conversación que lo empezaba a poner nervioso, si la gente pensara como tú, no habría grandes empresas, ni grandes fábricas, los señores que lograran acumular lo suficiente para vivir dejarían de iniciar proyectos, construir, innovar, en fin, no habría crecimiento.
Poco tiempo después falleció Lorenzo Servitje, y mi cabeza, comenzó a dar vueltas. No se llevó ni un calcetín. Todos lo sabemos, si hay algo seguro en esta vida es la muerte (bueno, excepto para Chabelo, claro).
Entonces, parafraseando a uno de mis comediantes favoritos Q.E.P.D Hector Suarez: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué vivimos como si no nos fuéramos a morir?
A mi se me olvidó, y seguí con mi rutina diaria. Levantarme, cuidar a mis hijos, trabajar, ver los pendientes de la casa, super, ejercicio, dormir, levantarme cuidar a mis hijos… etc.
Los fines de semana intentar descansar si es que el trabajo me lo permitía, a lo mejor hacer algo diferente, pero la vida se me iba. Como dice el Génesis: fue la noche, fue el día, día 1 y así hasta los 15,194 días que llevo residiendo en este planeta.
Lo peor de todo era la amnesia. Se me olvidaba (y aun se me olvida) que un día voy a morir. Que como decía mi compositor favorito Q.E.P.D Juan Gabriel: La vida es un segundo.
A pesar de la pandemia y de tener a la muerte mucho más de cerca se me sigue olvidando, cuando la pienso intento hacer ese pensamiento a un lado y seguir.
Hoy por la mañana, de repente vino la respuesta de la pregunta que le hice a mi papá a mi mente. Solita, sin buscarla llegó. Si los grandes hombres de negocios siguen trabajando, es porque es una ANESTESIA EFICAZ para OLVIDAR PRECISAMENTE QUE VAN A MORIR.
La rutina, y no sólo de ellos, sino de muchos seres humanos, la seguimos precisamente para autoengañarnos y pensar que es importante, generar, trabajar, acumular, proyectar, pagar impuestos, abrir negocios, buscar empleos, comprar, gastar, ver autos, porque todo esto sería importante y muy importante, si nos fuéramos a quedar aquí eternamente. En el momento que sabemos que un día vamos a partir, deja de tener tanta importancia.
Entonces, creo, que voy a intentar acordarme el mayor tiempo posible que la muerte me está esperando, porque así, podré gozar de cada respiro, de despertar por la mañana, de escuchar un pajarillo cantar, de disfrutar un amanecer o un atardecer, sentir lo dulce que es irme a acostar cansada y disfrutar de un buen sueño, abrazar (aunque sea con sana distancia, caray) lo más que pueda a mis seres queridos, a mis padres, a mis hijos, a mis amigos, decirles que los amo.
Debo ir a escuchar una cascada y disfrutar del aire puro de una montaña, admirar un cielo azul y disfrutar de una tormenta, cantar, bailar, sonreír, porque he aceptado que la muerte un día vendrá y gracias a eso, puedo vivir con mas intensidad los días hermosos en los que ella aun no decida visitarme.
Adela Zonana
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